jueves, 11 de septiembre de 2008

Trincheras

Así tenemos a los alumnos que aparecen en clase, con una impuntualidad británica, quince minutos después de que ésta comience sin que semejante burla y tal desprecio por el trabajo del profesor, de sus compañeros y por el suyo propio parezca producir en ellos el menor escrúpulo o rubor; los mismos que sólo por equivocación y bajo amenaza de muerte hacen los deberes o entregan trabajos una o dos semanas después de la fecha designada como límite, reprochándole al profesor que llegue cinco minutos tarde a clase o que no tenga los exámenes corregidos para el día siguiente de haberlos realizado. Erigidos en guías éticos, en fuente de enseñanzas morales tres minutos antes de insultar a un compañero o contestar a voces al profesor con un tono y unas expresiones que avergonzarían a no pocos delincuentes comunes, juzgan la conducta del profesor con una severidad digna de profetas, como si por ella se vieran afectados irreversiblemente en su progreso académico y personal, ese que parece no importarles lo más mínimo cuando es su propia conducta la juzgada y su formación la que está en juego.

En uno de los institutos en los que trabajé, un profesor defendía a capa y espada que si sus alumnos tenían derecho a reírse en sus clases el tenía derecho a hacer lo mismo. ¿Acaso no somos iguales? Le respondí que los chicos no cobran miles de euros al mes por estar allí, pero no le importó mucho el razonamiento. Los profesores tienen la sartén por el mango.

No somos los maestros de escuela de antaño que pasaban hambre y robaban el bocadillo a los pupilos. Ni siquiera somos el cuerpo honrado que hacía su trabajo por vocación. Hoy día somos un grupo corporativo más.

Con el eslogan invariable de “mejorar la calidad de la enseñanza”, los funcionarios, los profesores han ido consiguiendo concesión tras concesión. Reducciones de horario, de responsabilidad, de cumplimiento, de obligaciones. Algunos compañeros se niegan a que se hagan pruebas de nivel a sus alumnos. ¿Conocen algún otro trabajo en el que el trabajador se niegue a dar cuenta de lo que ha hecho durante un año?

Los niños son testigos de una de las grandes injusticias del siglo XXI. Mientras sus padres tienen que hacer horas extra sin paga para seguir en empleos inestables, aquellos encargados de educarles protestan día y noche por sus condiciones de trabajo desde sus altares de oro. No es de extrañar que muchos profesores vivan la situación desde una trinchera como Sánchez Tortosa. Significa que son conscientes de que hay una guerra a muerte entre dos clases sociales. La de los que tienen todo sin dar nada a cambio y la de los hijos de los que los que tienen que pelearse por cada hogaza de pan. Lo que creo que Sánchez Tortosa no ve con tanta claridad, es en qué bando está él.

José Sánchez Tortosa. "El profesor en la trinchera".

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