martes, 14 de octubre de 2003

La honradez de Borges


He oído en muchas ocasiones elogiar a Julio Verne por su capacidad de anticiparse a cachivaches que se inventaron un siglo después, pero todavía no he oído elogiar a Borges por el modo que anticipó lo que hoy día es la web.

En el Aleph, Carlos Argentino Danieri enseña a Borges un rincón de su casa desde el cual todos los puntos del planeta son visibles. Los dos guardan el secreto de este “browser” casero. En La Biblioteca de Babel, el universo es una colección de páginas con todas las combinaciones posibles de sus letras. El protagonista imagina que existe un libro que contiene el índice de todos los libros y los hombres se lanzan en su búsqueda. Estos personajes no adoran a Dios, adoran a google.

El sentido de muchos textos de Borges se parece a esas bitácoras que te proponen ahorrar tu tiempo navegando por ti. Borges leyó más que nadie y el mayor placer de sus textos lo ofrece su capacidad de condensación. Incluso su estilo es conceptista, no malgastó un solo adjetivo; muchos de sus párrafos contienen la esencia de una gran obra. Si uno no tiene tiempo o ganas de leer toda la poesía griega o la filosofía cristiana, o la obra de Averroes, puede acercarse a Borges, igual que a una de esas bitácoras que comentaba.

Pero los autores que ofrecen una versión de la realidad nunca utilizan un espejo objetivo. Todos los escritores ofrecen una versión deformada o embaucadora, y no sólo lo hacen los escritores. Cuando alguien comenta una noticia, suele hacerlo porque esta respalda su forma de pensar o sus ideas políticas, o porque quiere convencernos de algo.

El gran mérito de Borges, por encima, incluso de su prosa inimitable, está en el modo en que abordó la tarea, en su honradez. Cada vez que he tenido la ocasión de contrastar un libro con la versión de Borges me ha quedado clarísimo lo limpio que jugaba.