martes, 16 de julio de 2002

La superstición de la obra definitiva

Cela en su prólogo al Viaje a la Alcarria destruye el mito de la obra definitiva. Tuvo que cambiar el texto de su libro para ajustarlo a las capitulares de una edición y la experiencia le enseñó que una imposición tan espúrea no rebajaba su obra.

QUIZÁS mi libro más sencillo, más inmediato y directo, sea el Viaje a la Alcarria; también es el de más confusa andadura, el que presenta mayor número de variantes. De él hay tres versiones y ésta que aquí ofrezco y que doy por definitiva, hace la cuarta: la de Revista de Occidente, que sigue Espasa?Calpe, la de Destino, con los versos de su cancionero, cada uno en su debido lugar, que sigue Philip Polack, aun sin hacer la aclaración dicha, y la de los Papeles de Son Armadans, en la que sus frecuentes cambios y añadidos vinieron determinados, con frecuencia, por motivaciones más tipográficas que necesarias al hilo de la narración, más estéticas que literarias. Debo aclarar un poco lo que acabo de decir. Uno de los motivos de ornato de la edición de los Papeles, fueron las elegantes y airosas capitulares que grabó el artista catalán Jaume Pla para encabezar cada uno de los doce grandes apartados del libro (la dedicatoria y los once capítulos en los que el libro se divide). Pues bien: al enfrentarnos, Pla y yo, con la realización de la idea que entendíamos conveniente y que terminamos realizando, nos dimos cuenta de que en el libro, que había sido redactado, claro es, sin preocupación alguna a este respecto, figuraba la letra E como inicial de seis capítulos y la letra A como inicial de otros tres. Esta circunstancia -y el lógico deseo de que todas las capitulares fueran diferentes, ya que lo contrario no tendría sentido- me obligó a cambiar el arranque de varios capítulos, curiosa experiencia -o adiestramiento- que me enseñó, entre otras cosas, a ser más humilde y a huir de la estúpida y tan generalizada idea de la última perfección de los logros terrenales. También alargué o acorté líneas, según se iba precisando, e hice mangas y capirotes con mi texto en el mejor servicio, repito, de la belleza tipográfica.


Borges decía lo mismo en un artículo que reunió en su obra Discusión. El artículo se titula Las versiones homéricas. Borges defiende el valor de la traducción.

Presuponer que toda recombinación de elementos es obligatoriamente inferior a su original, es presuponer que el borrador 9 es obligatoriamente inferior al borrador H -ya que no puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio.

La superstición de la inferioridad de las traducciones -amonedada en el consabido adagio italiano- procede de una distraída experiencia. No hay un buen texto que no parezca invariable y definitivo si lo practicamos un número suficiente de veces. Hume identificó la idea habitual de causalidad con la de sucesión. Así un buen film, visto una segunda vez, parece aún mejor; propendemos a tomar por necesidades las que no son más que repeticiones. Con los libros famosos, la primera vez ya es segunda, puesto que los abordamos sabiéndolos. La precavida frase común de releer a los clásicos resulta de inocente veracidad. Ya no sé si el informe: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, es bueno para una divinidad imparcial; sé únicamente que toda modificación es sacrílega y que no puedo concebir otra iniciación del Quijote. Cervantes, creo, prescindió de esa leve superstición, y tal vez no hubiera identificado ese párrafo, Yo, en cambio, no podré sino repudiar cualquier divergencia.


Borges escribió su artículo en 1932, Cela en 1963.

Cela. Viaje a la Alcarria
Borges. Discusión.